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No hay una sola Lisboa.
Hay muchos reflejos de una sola ciudad, como si mirando el mapa a través de un prisma de colores, la luz se rompiese en barrios y colinas.
Desde lo baixo en el Rossio se ven a un lado, la vieja Alfama con sus callecitas enrevesadas de cuento morisco trepando hasta el castillo, y justo enfrente, el Barrio Alto y el Chiado de finales del siglo XIX.
Tierra adentro el parque de las naciones, moderno y reluciente y espectacular. Pececitos, paseos de altura y un puente imposiblemente largo separando el rio y el cielo.
Orientado al mar, el Belem de los descubrimientos, con los arcos más bonitos que trajo a Europa el comercio de especias cerrando el claustro de los Jerónimos. Junto al rio, la torres de vigia que cerraba el puerto entonces, cuando a la ciudad llegaban barcos que casi daban la vuelta al mundo; y un monumento recordando a los locos que perseguian dragones en los mapas.

Fado y luz y reflejos que se unen en un mismo punto, para unas navidades que parecen hechas de verano.